Empiezo a pensar que esta crisis latente e inminente, de la que llevamos hablando hace más de un año y que no acaba de llegar, está convirtiéndose en un estado de ánimo.
Las terrazas de los bares y restaurantes están a rebosar durante toda la semana, los pisos siguen subiendo, la inflación se modera muy lentamente y la excusa de que la sociedad atesoraba ahorros desde la pandemia empieza a ser poco creíble. Las familias ahorraron mucho en el año 2020, con un récord del 25% a mediados del 2020 y del 18% en la media del año. Pero desde el tercer trimestre del 2022, con la inflación rampante y el consumo desatado en hostelería y turismo, la tasa de ahorro se desplomó hasta el 5,7%, en mínimos históricos por debajo de la media habitual de la zona euro, del 12%.
Creo que la única explicación de nuestro comportamiento irracional a pesar de la falta de ahorros en la cuenta, es una cierta infantilización social, producida por estos años de incertidumbre continua y profusión de eventos extremos desde el ámbito político, al sanitario, climático o bélico.
Nos embutimos cada noche de series distópicas con cataclismos globales, desde los zombies a los hongos o la falta de petróleo repentina y nos rasgamos las vestiduras ante la inevitabilidad de la emergencia climática, o la llegada de unos overlords gestionados por inteligencia artificial que nos quitarán el trabajo y las voluntades.
No hay donde escapar y todos los retos son globales e ingobernables, por lo que el individuo se hace pequeñito, aislado y sin opciones. Sin otra alternativa que refugiarse en el consumo inmediato, porque, quién sabe qué nos traerá el futuro, y en realidad, a quién le importa trascender si podemos tomarnos un chute rápido de dopamina en tiktok o instagram.
Las reglas mentales nos cambiaron durante la pandemia, nos volvimos obedientes y precavidos, pero sobre todo, dependientes de un rescate externo, que además llegó con éxito, primero en forma de vacunas. Y después, llegó el rescate económico post-covid, un reguero de millones para dopar la economía y evitar una gripe económica.
Andamos con más del 50% de la población dependiendo del Estado entre pensionistas, funcionarios y subvencionados. Y creo que estamos tan convencidos de que hagamos lo que hagamos, alguien vendrá a salvarnos, que nos preocupa poco gastar por encima de nuestras posibilidades o planificar para un futuro inestable.
Me rebelo contra esto, seamos conscientes responsables de nuestros actos y de nuestro futuro. Enfocados en construir un futuro mejor y defender nuestros valores como un fuerza colectiva que no depende más que de sí misma y de su esfuerzo. Si no, nos convertiremos en esclavos de nuestra indolencia, o de los que vengan con más hambre y las ideas más claras.
Comparto tu opinión . Mejor ser arquitecto del cambio, que victima. Sin responsabilidad propia entre todos, no iremos ninguna parte