Siempre que escucho hablar del emprendimiento como un gran ascensor social, no puedo dejar de recordar este chiste:
Van un señor y un loro en un avión, y el animal llama a la azafata: -Vamos tú, tráeme un whisky, y rapidito. -Ahora mismo, le contesta ella. Por su lado, el otro tipo dice: -Por favor, ¿podría traerme un café? -Cuando tenga tiempo señor.
Un rato después, el loro pide otro whisky de malos modos y es atendido inmediatamente, mientras que el señor educado no logra su propósito. -Señor loro, le pregunta entonces, ¿cómo lo consigue? -Pues, yo la trato mal, para que sepa quien manda y por eso, me obedece. El tipo dice entonces: -A ver tú, inútil, tráeme de una vez el café que te pedí.
Entonces, llega el comandante y los tira a ambos por la puerta del avión, por impresentables. En plena caída, el loro le dice a su compañero: -¡Tú si que eres un valiente, hay que ser muy arriesgado para ofender a la azafata sin tener alas!.
Hay que ser realmente arriesgado para animarse a emprender si no tienes una red económica o social que te proteja en la caída. Algo que se suele obviar en las historias de éxito del emprendimiento tanto en Silicon Valley como en España, es que muchos de esos fundadores que son capaces de jugársela para crear compañías valiosas, proceden de un entorno privilegiado. Esto también explica por qué hay fundadores que son capaces de rechazar ofertas de exit temprano, que podrían cambiar su situación económica (y la de sus familias) para siempre. Es infinitamente más probable que sigan «all-in» a pesar de los cantos de sirena de una venta, si han tenido eventos de liquidez previos, si vienen de familias acomodadas o si reciben algún tipo de secundario en la siguiente ronda.
No voy a entrar en la definición de cual es la línea que marca el privilegio o no, pero estoy seguro de que la mayor parte se mueven en el 10% de la población con mayores recursos, si no el 1%. Y aunque pasen meses o años sin salario, y aunque es cierto que cuando la montaña rusa coge verdadera pendiente, se pasa vértigo, la realidad es que en mis dos años sin salario a mis veintitantos, mientras montábamos IMASTE, siempre tuve la certeza de que no me quedaría en la calle, porque mis padres me acogerían si todo salía fatal o podría volver a intentar calcular un puente con mi título de ingeniero.
Muchos emprendedores de Silicon Valley te cuentan sus cenas con ramen y agua del grifo, pero a la vez tienen en el cajón títulos de Stanford que han costado 400.000 dólares y un puesto asegurado en alguna tecnológica a la vuelta de la esquina.
Y no me remito solo a la evidencia anecdótica de mis años de experiencia del ecosistema, si no que la estadística dice lo mismo, este estudio del año 2021, muestra que el 75% de los fundadores que levantan capital riesgo proceden de entornos socioeconómicos acomodados, con padres o cuidadores que desempeñan funciones directivas o profesionales, y casi ninguno de ellos procede de familias con derecho a prestaciones sociales.
Por no hablar del limitadísimo acceso que tienen las mujeres o las personas pertenecientes a minorías al capital riesgo, en 2020, las mujeres recibieron poco más del 1% de la financiación de capital riesgo en Europa. En toda Europa, el 90,8% de todo el capital fue a parar a equipos formados únicamente por hombres en 2020.
No se trata solo de que los fundadores sin estrecheces económicas puedan asumir el riesgo de montar un negocio, si no que también tienen redes de contactos más potentes, que les permiten acceder con mayor facilidad a potenciales inversores y clientes. Las startups que llegan a los VCs vía «warm intros» tienen 13 veces más opciones de ser financiadas, que las que escriben directamente a los inversores sin contacto previo.
Nos queda muchísimo por hacer para permitir mayor diversidad y equidad para emprendedores, entre ellos, depender menos de nuestras propias redes e intros para conocer a innovadores y abrirnos a contactos a puerta fría o acercarnos más a aquellos lugares donde estén los fundadores con menor acceso, que obviamente, no son las universidades de prestigio o los alumni de Mckinsey.
En KFund apoyamos a Included VC en sus iniciativas de mejora de inclusión en el mundo del capital riesgo, y creo que la transparencia en los procesos y la mejora continua son elementos clave para ayudar a reducir ese gap. Por eso hemos publicado nuestro primer informe ESG, detallando nuestros primeros pasos y por eso creo que es importante que iniciativas como Diversity VC lancen estándares que acrediten qué firmas siguen las mejores prácticas.
En resumen, el privilegio socioeconómico y las conexiones personales juegan un papel significativo en el éxito empresarial. Sin embargo, al tomar decisiones financieras personales, es fundamental establecer una base sólida, adquirir conocimientos y habilidades, construir una red de contactos y explorar diversas fuentes de financiamiento. Además, debemos trabajar para eliminar las barreras y fomentar la diversidad en el emprendimiento para crear un entorno más equitativo y accesible para todos.