Hace unos años, publiqué unas poesías mías en este blog y mi padre me aconsejó quitarlas. Me decía que la poesía es una faceta muy personal, íntima, que no casaba demasiado bien con un blog de emprendimiento y tecnología y por tanto, profesional. Por otro lado, pocos meses atrás, le leí a mi padre convaleciente unas poesías que había escrito sobre sensaciones que me producen distintas ciudades que he llegado a conocer bien y le gustaron mucho. Me animó a presentarlas a un premio de poesía, y así lo hice.
Estoy muy orgulloso de haber recibido el primer premio de poesía del IE University, aunque seguramente el diagrama de venn de la intersección de escritores de poesía en español, y que sean profesores o empleados del IE, debe estar reducida a los tres afortunados premiados. ;).
En todo caso, me lanzo y publico por primera vez poesías mías en este blog, porque somos más que inversores, o emprendedores, y porque la vida es más que la tecnología.
Tale of three cities
Nueva York
I love New York.
Encadenando Happy Hours que duran años,
en Nueva York dejas la cuenta abierta en los bares
y en la calle,
mientras te va consumiendo la vida por dentro,
una deuda imperceptible y vigilante.
Diez años más joven, de partida,
te permites ser egoísta, desenfrenado,
pero saliendo del metro, de pronto, con prisa,
la ciudad te cobra peaje
y te asesta un bofetón de arrugas y desgana.
Nueva York lo es todo, entera, sublime,
en el reflejo vitriólico de sus rascacielos
no te ves a tí mismo,
si no a quien puedes llegar a ser
si sacrificas en el altar de sus desmanes
tu espacio, tus gozos y alguna de tus sombras.
Nueva York te empuja desde las barras de bar,
apurando conversaciones más tristes que en las películas,
para no terminar en la habitación del hotel,
minúscula,
donde, solo, piensas en la levedad de tu existencia
y en la necesidad de triunfar con reglas ajenas,
con las cartas marcadas.
El olor a canuto destila sueños rotos
y alimenta una sed, inaguantable, de ser reconocido,
en una ciudad donde todo el mundo porta máscaras,
donde nadie es de aquí.
Pero todos creen que llevan algo de Nueva York
en su bolsillo.
Madrid
El suelo de Madrid cuenta historias
sobre capas de servilletas sucias
y tapas desperdiciadas,
escupidas desde la risa
que cuenta siempre los mejores relatos.
Madrid te acoge suave en las caídas,
pero es difícil asirse a sus esquinas,
borrachos de tanto entusiasmo y vermut.
Y el cielo se tiñe de promesas sublimes,
un arrebol crepuscular,
escenario de duelos interminables
contra poetas ocasionales entre gritos y orines.
Madrid te acompaña de noches larguísimas
donde perderse de una vez por todas,
aunque siempre vuelve a ser de día,
porque Madrid es, ante todo, luz.
Haces que se cuelan entre las hojas
de los árboles del Retiro,
mientras una madre, su bebé y una amiga
toman más de una Mahou en La Florida.
Un sol dado por descontado,
tanto que bajamos las persianas,
tele-trabajando el disimulo
y dificultando al vecino voyeur sus ansias,
en un diálogo silente entre patios de manzana.
Madrid late,
como una taquicardia de sensaciones,
un impulso de sexo y descaro,
un adolescente que se ve bien,
a pesar del desgarbo y los granos.
El cielo puede esperarme aquí,
dibujando sombras contra sus plazas,
viviendo, bebiendo la última a tragos,
al borde de las aceras,
donde pararse resulta raro.
Menos en Madrid.
Sao Paulo
Desde la última montaña escalada,
desde el éxito improbable,
desde la búsqueda enloquecida del «fuck you money»,
sin tener jamás certeza si es que has llegado,
llega la colleja despiadada de que,
al fin y al cabo,
no le importa absolutamente a nadie.
São Paulo es un gigante impasible
ante las miserias y los desempeños,
dura,
llena de aristas afiladas que no perdonan,
cortando en dos el descuido,
entre la indolencia despistada de los turistas.
São Paulo golpea bajo, contra los huesos,
te clasifica como ganado listo para el matadero
de los dioses del dinero, el lujo
y la miseria de las favelas,
entre coches deportivos.
Los rascacielos se elevan sin dudas,
interminables,
haciéndonos aún más débiles,
devolviendo imágenes deformadas y diminutas.
En cambio, los árboles se tuercen debajo,
buscando caminos,
adaptándose a la vida entre recovecos.
São Paulo huele a mezcla de sudores,
a asfalto con papaya,
mientras llueve cachaça a borbotones
en las gargantas de los elegidos.
São Paulo te abraza
pero sus brazos sólo se protegen a sí misma,
en una cruel brincadeira más,
mientras nos espera para el próximo viaje,
con nuevas promesas y ningún desenlace.
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